Escrito el: 07 de Junio de 2006 a las 18:53
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Entre comillas, dejo esto que estoy trabajando y mira que cuesta, pero debe merecer la pena conseguirlo:
Educación asertiva
Empecé trabajando en mi forma de educar asertiva tomándome tiempo para mí misma. Nunca lo había hecho antes. En el pasado, saltaba de la cama en la mañana y me apresuraba a empezar mis labores, aumentando la velocidad conforme avanzaba el día.
Mientras más rápido me movía, era más fácil evitar pensar en mí misma. Ahora empiezo cada mañana por tomarme tiempo para mí. Pongo el despertador para levantarme más temprano que el resto de la familia.
Me tomo tiempo para reflexionar cómo fue mi comportamiento el día anterior y como desearía que fuera el día que empieza. Quería aprender a ser una madre amorosa y paciente; por lo tanto trato de empezar cada día diciéndome a mí misma: "Hoy voy a practicar la paciencia."
Escribiría notas para recordar ser paciente. Luego las adheriría al refrigerador, espejos y puertas. Frecuentemente, durante mi actitud agresiva, cuando llegaba del trabajo a casa esperaba que los niños hubieran lavado los platos, hecho las camas y aspirado las alfombras.
Cuando esto no estaba hecho, me enojaba y les gritaba. Pero conforme fui practicando la paciencia, me detenía antes de entrar a casa y me decía a mí misma: "Sabes que los platos no están lavados, ni las camas tendidas, y las alfombras no van a estar aspiradas.
Tienes dos alternativas: entrar y gritar, o practicar la paciencia." Una vez que adquirí conciencia de lo que hacía -y de que tenía alternativas para actuar- empecé a tener algún progreso.
Cuando terminaba un día en que había practicado la paciencia con éxito, me felicitaba a mí misma. No tardé mucho en lograr más días de paciencia que de impaciencia. Cuando comencé a disfrutar el progreso logrado por ser paciente, decidí empezar a trabajar en otra área de mi tarea como madre.
Decidí aprender a escuchar. En algún momento había tenido la idea de que los niños estaban para ser vistos más no para ser escuchados, y sus ideas y pensamientos no tenían importancia. Por esta creencia menospreciaba a mis hijos. No los escuchaba.
Comencé a cambiar haciéndome disponible para ellos. Si estaba ocupada cuando venían, dejaba lo que estaba haciendo, me sentaba, los miraba a los ojos y escuchaba realmente lo que me decían.
Esta tarea me resultó difícil al principio. Requería tiempo y paciencia. Ahora me alegro de haberme tomado ese tiempo y haber tenido la paciencia para escuchar. Me enteré de cosas de mis hijos que nunca antes supe.
Me di cuenta que eran brillantes, creativos y graciosos. Descubrí cuánto disfrutaba su compañía. También encontré que sabían todos los secretos de la familia, todas las cosas que creía haber ocultado con éxito a través de los años.
El escuchar me permitió tener otra percepción de mí misma. Me di cuenta que cuando al hablarles a mis hijos, con frecuencia, era brusca, exigente y arrogante.
Le hablaba a los extraños con mayor respeto que a mis hijos. La forma en que cambié podría parecer tonta, pero funcionó para mí.
Jugaba a simular mientras estaba hablando a mis hijos, diciéndome a mí misma: "Si este fuera un amigo o un compañero de trabajo, ¿cómo le hablaría?, ¿qué tono de voz utilizaría?, ¿cómo actuaría?" Entonces simulaba que era a esa gente a la que le hablaba y no a mis hijos.
En vez de exigir, empecé a pedir. En vez de tomarlo como una orden preferí pedir "por favor" y "gracias". Cambié el tono de mi voz. Me esforcé en hablar más despacio, con un tono suave y con mayor calidez. Conforme gané calidez, mis hijos también lo hicieron.
El siguiente aspecto que necesitaba trabajar era sostener mis promesas. Si mis hijos me preguntaban el lunes si podía llevarlos al cine el sábado, solía contestar que sí sin pensarlo. Luego llegaba el sábado y los niños preguntaban: "¿Vamos a ir al cine hoy?", y yo respondía con voz de sorpresa: "¿Al cine? ¿Hoy? No puedo ir al cine hoy, tengo mucho que hacer."
Como no cumplía mis promesas, los niños aprendieron a no confiar en mí. Para cambiar, tomé la decisión de pensar antes de contestar sus preguntas. Esto me ayudó a cumplir mis promesas. El cumplimiento de mis promesas mejoró mi credibilidad.
Mejorar mi credibilidad me permitió desarrollar otras áreas de mi tarea como madre en forma asertiva. Tenía mayor posibilidad de desarrollar la estructura que había estado faltando en mi vida personal y la de mi familia.
Comencé a comunicarme directa y honestamente. Establecí reglas y hablé claramente acerca de mis expectativas. Empecé a aplicar las sanciones por un comportamiento inaceptable. Y empecé a expresar mis sentimientos y necesidades abiertamente.
Una de las primeras necesidades de que me percaté fue la de ser una madre mimosa y afectuosa. Mientras mis hijos iban creciendo y yo los educaba de manera pasiva y agresiva, había dejado pasar por alto muchas oportunidades de mimarlos.
Con frecuencia deseaba poder hacer algo para recuperar esa pérdida de oportunidades. Un día escuché algo que me empujó a dejar de desear y empezar a actuar.
En un curso de psicología que tomaba, el instructor dijo: "Si usted perdió en el pasado la oportunidad de que la mimaran, será bueno que le pida a alguien que la mime ahora. Puede pedir que la abracen, la mantengan estrechada afectuosamente, o la acaricien. Puede pedir todo lo que le ha faltado.
" Estaba fascinada con esta idea. Pensé en esto durante muchos días, y luego decidí arriesgarme. Decidí pedirle a mis hijos que me permitieran darles los mimos que había dejado de darles antes.
Eso sería aventurado, los niños podrían rechazarme. Estaban cansados y frustrados con todos los cambios en mi comportamiento. Trate de imaginar lo que ocurrió cuando le dije a Kelly, que tenía 15 años por entonces: "¿Me permites que te siente en mis piernas y té mime un poco?" Se quedó helada y me miró con incredulidad.
Podía ver en la expresión de su rostro que pensaba que finalmente me había vuelto completamente loca. Pero no dijo nada, únicamente me miró durante un largo rato.
Luego, lentamente desapareció la incredulidad de su rostro. Continuó mirándome a los ojos, aún con mayor fijeza. Para mi sorpresa, dijo: "Está bien."
Me sentí nerviosa al tomarla de la mano. Kelly también parecía estar en guardia conforme se acercaba. Con lentitud y precaución se sentó en mi regazo. Habíamos estado sentadas sólo un momento cuando empezó a invadirme el pánico. Quería empujarla lejos de mí. Estábamos demasiado cerca. Empecé por decirme a mí misma:
"Relájate... todo saldrá bien... se te pasará esa sensación de incomodidad... no la vayas a empujar." Mi pánico duró no más de 60 segundos, pero me parecieron como 60 minutos. Finalmente me relajé. Las dos permanecimos sentadas durante un largo rato, sin decir una sola palabra. Sólo sintiendo nuestra cercanía, abrazadas, reconciliándonos.
Fue algo maravilloso. El tomar el riesgo con Kelly me animó a empezar a tratar de alcanzar a los chicos. Empecé poco a poco. Al principio, les tocaba una mano o un brazo, sólo para hacer un contacto ligero. Luego tuve el valor de pedirles un abrazo. Como Kelly, también respondieron positivamente. Mimarlos y abrazarlos me dio la sensación de calidez y reconciliación que necesitaba.
Puedo decir que también les gustó a ellos. Conforme continuó el proceso de mi recuperación como madre, podía mirarme con mayor honestidad a mí misma y efectuar otros cambios necesarios.
Previamente, mi tarea maternal se había enfocado en lo negativo. No apreciaba el comportamiento positivo de mis hijos. El resultado fue que les di muy pocos elogios o apoyo verbal. Mi hijo Tim siempre había tenido logros. Había recibido buenas calificaciones siempre en la escuela. De manera autodidacta había aprendido a tocar varios instrumentos musicales y había formado su propia banda en secundaria. Como resultado de esta dedicación y habilidad musical obtuvo una beca para preparatoria.
Estudió mucho durante los cuatro años de prepa y luego tres años de leyes. Siempre era responsable y autosuficiente. Nunca nos pidió nada. Y sin embargo Tim era el hijo que recibía la menor cantidad de elogio y apoyo verbal.
Cuando me di cuenta de esto, tomé la decisión de expresar a Tim mi amor, apoyo y aprecio por lo que era y lo que estaba haciendo. Empecé a buscar la forma en que podría elogiar y apoyar a todos mis hijos. Si terminaban una tarea, los elogiaba por esto. Cuando sus habitaciones estaban limpias, los felicitaba.
Empecé a comentar acerca de sus cualidades: su consideración, ayuda, interés y cooperación. Elogié sus valores, inteligencia y habilidades. Me esforcé en encontrar por lo menos una cosa buena qué decir a cada uno de ellos, a diario.
Antes solía reprenderlos, ahora me esforzaba por animarlos. Y los chicos respondieron bien. Podía verlo. Casi diariamente podía ver cómo recuperaban la confianza, su sentido de aprecio de sí mismos, y sentimientos de seguridad.
La inversión de tiempo y energía para convertirme en una madre asertiva estaba rindiendo sus frutos ahora.
Durante el tiempo que estuve trabajando en lograr estos cambios en mí, diario escribía recordatorios acerca de lo que necesitaba para convertirme en una madre más asertiva.
Finalmente para tener espacio libre en la puerta de mi refrigerador, resumí todas las notas en lo siguiente:
Lista de elementos para ser una madre asertiva.
-- ¿Practico mi paciencia? --
¿Escucho realmente a mis hijos? --
¿Tengo consideración de los sentimientos de mis hijos? --
¿Les hablo a mis hijos con respeto? --
¿Cumplo mis promesas? --
¿Soy honesta con mis hijos? --
¿Me mantengo abierta y flexible? --
¿Comunico los valores de la familia? --
¿Establezco los límites apropiados? --
¿He establecido claramente las reglas de la familia? --
¿Hago valer las reglas de la familia con sanciones? --
¿Puedo decir "no" (o "sí") cuando es necesario? --
¿Soy firme? --
¿Doy alternativas a mis hijos? --
¿Ayudo a mis hijos a tomar decisiones y resolver problemas? --
¿Les doy apoyo?, ¿estímulo?, ¿mimos?, ¿elogios? --
¿Me río, juego y me divierto con mis hijos?
Lo que aprendí durante el tiempo que estuve esforzándome en cambiar fue que el amor no es sólo una palabra. El amor es la energía que se requiere para estar presente y trabajar en una relación.
__________________ Vive y deja vivir
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