Escrito el: 30 de Julio de 2006 a las 09:06
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MAÑANA lo dejo. Lo juro. Pero ahora voy a ver, por última vez, si consigo el especial». Esto se decía a sí mismo mientras enfilaba decidido, por enésima ocasión, el camino archiconocido del bar. Sus gestos eran automáticos, como el entrar sin saludar y colocar un billete de veinte euros en la barra. No mira a nadie, no le importa quien le observe, porque ya con las monedas se colocaba de espaldas al resto del mundo, ajeno a cualquier conversación; sus ojos inexpresivos, como los de un jugador de póker, reverberaban reproduciendo combinaciones cabalísticas: limones, sandías, fresas o sietes buscando con estrépito de músicas ratoneras y destellos luminosos la alineación perfecta. Fijo como un asno hambriento frente a un pesebre psicodélico iba dando golpes al pulsador como un jugador de dominó que presenta las credenciales del juego a golpezazo limpio. De vez en cuando la máquina le escupía con desdén unas cuantas monedas que recogía cansinamente de la bandeja, sin dejar de mirar a las fresas y los tres sietes, para volver a introducirlas por la ranura, en un ritual menguante que terminaba por hacerle ir a la barra para cambiar otro billete... «Mañana lo dejo, lo juro». Y así regresaba a casa, hundido, culpable y con los bolsillos vacíos. «¿Cómo he llegado a esto? Porque antes era una persona inteligente y respetable. Soy ahora un asqueroso vicioso, sí. Pero ¿mi problema es el juego? No, creo que las tragaperras son la solución, una mala solución. El verdadero problema soy yo. Mañana lo dejo, lo juro. Porque ¿qué soluciono con las máquinas?. Nada. Mi familia me aborrece y mis amigos me han dejado... y por eso necesito jugar. Sí, eso es, me rebaja el estres, la incertidumbre del azar, por eso juego, es un maldito círculo vicioso sin ningún resquicio para escapar. No tengo narices para dejarlo».
Y, en efecto, al día siguiente reproducirá el mismo soliloquio culpabilizante cuando salga del bar sin dinero, sin ese dinero que sabe que hace falta en su casa. Mañana tampoco lo dejará. Y lo mismo le ocurrirá al alcohólico. Y al drogadicto. Y al enganchado a los chats de Internet. Y al apostante en la red, y al de los casinos on-line, que vegetan dentro de una maldita burbuja sin posibilidad de escape. Lo normal es que estos adictos presenten además varias patologías simultáneamente (multimorbilidad), con lo que las soluciones se hacen más complicadas. Las intervenciones terapéuticas necesarias para los aquejados de ludopatía no deben olvidar al grupo familiar que sufre el trastorno como un verdadero cáncer en su seno. Vivimos en una sociedad generadora de continuas tensiones que hasta los que se creen fuertes tratan de paliar artificialmente, sucumbiendo muchas veces a la flaqueza del vicio. He aquí un amplio campo patológico todavía muy desatendido por la sanidad pública, cuya falta de infraestructura le hace abdicar las más de las veces en favor de asociaciones e instituciones privadas para resolver un problema que es claramente público y notorio.
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